Sociedad del plagio 3

Con la disponibilidad de las nuevas tecnologías de inteligencia artificial, el plagio se volverá virtualmente indetectable: la inteligencia artificial, a partir de ciertas preguntas, indicaciones o palabras clave, es capaz de crear un discurso lógico, bien argumentado y escrito con propiedad, construido con el acceso que tiene a la información existente en internet. No es del todo una copia, sino más bien un pastiche, lo que imposibilita identificar las fuentes.

Eso debería hacer repensar el enfoque policíaco que parte de la academia ha asumido hacia la producción de documentos, esfuerzo, ahora más que nunca, condenado al fracaso. Una academia más preocupada por encontrar evidencia del plagio, y perseguir y sancionar al plagiario, que por enseñar e invitar a investigar, leer, pensar, dialogar y escribir. En efecto, cuando se conocen las revisiones que los académicos hacen de otros textos, uno se encuentra con que casi todas las observaciones tienen que ver con cuestiones gramaticales, con la anulación del estilo del autor, en favor de uno impersonal y homogéneo —como el estilo precisamente de alguna inteligencia artificial—, y por supuesto con el inefable formato APA, y no con las ideas, con los argumentos, con el contenido, con el uso que se hace de las fuentes consultadas, o con la solidez del aparato conceptual o metodológico. Una academia que, en momentos de crisis, parece más preocupada por denunciar selectivamente el plagio explícito —en lo que se trasluce menos un impulso ético que la manía capitalista por la defensa de la propiedad privada—, que por evitar esa otra simulación, totalmente normalizada, que produce a destajo, y con el fin de obtener estímulos económicos, miles y miles de textos, los llamados «papers» o artículos académicos, que están tan mal escritos, y con tan poca relevancia o impacto, que en la práctica no parece haber mucha diferencia, en cuanto a su función, con los textos resultado del plagio: si de algo podemos estar seguros, es de que, en unos cuantos años, nadie se va a acordar de un porcentaje altísimo de tales documentos.

Si existe alguna razón, no tanto para perseguir el plagio, sino para conminar a los estudiantes y a los profesionales a que lo eviten, es aquella relacionada a las posibilidades creativas, expresivas y en general formativas y liberadoras que se cierran cuando alguien plagia, y no la del presunto robo de ideas —como si las que creemos nuestras en verdad lo fueran, y no provinieran de ese Otro del lenguaje y de la cultura, y en última instancia no debieran permanecer como patrimonio de todos. El plagio, por supuesto, es en muchos casos una forma de aprovechamiento del trabajo de otros, a quienes se anula, y de cuya labor se extrae un beneficio: en eso puede ser también otra de las manifestaciones del mismo sistema capitalista. Pero no lo es menos lo que se hace todos los días en el mundo académico, sin que nadie se inmute, mucho menos, sin que alguien piense en exhibiciones públicas o sanciones: poner a trabajar a los estudiantes; usar sus ideas en publicaciones; convencerlos de que pongan al académico como autor o coautor, sólo por haberle asesorado; o de un solo trabajo, obtener cuatro o cinco publicaciones; o implementar, solidariamente, esquemas piramidales como el de la imagen que acompaña a este texto. Y estas prácticas se reproducen a sí mismas, de una generación a otra.

Seguramente es muy pronto para asegurar qué va a ocurrir con el desarrollo de la inteligencia artificial, pero, de acuerdo a las experiencias anteriores, las expectativas deben ser ponderadas, si no es que pesimistas: el internet, por ejemplo, no nos ha vuelto más libres, honestos o sabios. No ha mejorado tampoco la formación, salvo excepciones, y ha servido más bien para consolidar la simulación escolar. El acceso generalizado a esta inteligencia artificial, que sin duda apenas está asomando su cabeza, va a dispensar aún más al sujeto de la necesidad de apropiarse de un lenguaje, de pensar y de darle una estructura medianamente compleja a su expresión, reduciéndolo a lo que el capitalismo espera de él: mano de obra técnica, inexpresiva, obediente y muda. Incluso es muy probable que la inteligencia artificial haga obsoletos muchos puestos de trabajo: el futuro de la clase trabajadora está en juego en estos nuevos desarrollos. Ante esto, una educación para la libertad no puede ponerse el casco y el tolete del policía, sino invitar a pensar, a hablar, a escribir, y hacerlo en un lenguaje que no sea el del Amo, cuya nueva voz, digital, apenas estamos empezando a escuchar —pero que ya habíamos atisbado bajo la forma fría, plana, uniforme e impersonal del lenguaje académico.

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