SOCIEDAD DEL PLAGIO, II

A partir de dos intervenciones sobre las ideas presentadas en un texto anterior (SOCIEDAD DEL PLAGIO), una, sensible y bien elaborada (de Marcela Morales), otra, una malinterpretación hecha con sumo descuido, del historiador Pedro Salmerón, pero que apuntan de algún modo a lo mismo, debo hacer las siguientes acotaciones.

No creo que necesariamente el argumento central (el reconocimiento del carácter colectivo y transindividual de los bienes culturales, así como de la ideología individualista imperante, que tiene su fundamento en la propiedad privada, ahora de cualquier existente, y cómo el plagio viene a situarse ahí), que no es sólo un argumento, sino que pretende fundamentar y aproximarnos a la descripción del funcionamiento del plagio en un contexto amplio, lleve a la consecuencia indeseable de evitar el reconocimiento del mérito creativo o de los resultados del trabajo de alguien. Pensar eso sería como suponer que alguna descripción de un fenómeno cualquiera, aunque precisa (no digo que esta necesariamente lo sea), deba evitarse por la anticipación especulativa de sus consecuencias morales, por los posibles efectos negativos en las personas o en las sociedades. Algo así se ha pretendido hacer, por ejemplo, con la teoría de la evolución de Darwin. O con el marxismo y el psicoanálisis: «Podrán ser ciertas, pero son peligrosas. Es mejor evitarlas». En sociedades en las que, con éxito o fallidamente, se pone en predicamento la ideología de la propiedad privada por su modo de organización social y económica, el reconocimiento a las ideas y al trabajo de los individuos sigue estando presente, de una u otra manera. Más bien me parece que una conciencia generalizada de que creamos a partir de la comunidad puede relajar tanto la relación que tenemos con nuestras propias producciones, dejando de considerarlas producto de nuestra genialidad inigualable, teniendo en nosotros su única fuente; como con las de los demás, con los efectos, entre otros, de cultos a la personalidad de los «grandes hombres». No se trata en última instancia de escatimarles el mérito por lo que como individuos, es decir, como puntos de convergencia de tradiciones, ideologías, etc. son capaces de hacer originalmente: mi propia perspectiva filosófica, apuntalada en buena medida en el fenómeno de la creación artística, pero también en la ética y en la política, parte de la problematización de las relaciones, siempre tensas, entre el sujeto y un Otro que, a mi juicio, no lo determina de manera absoluta. Ni siquiera las relaciones de opresión, por muy totalitarias que puedan ser, pueden entenderse sin la participación activa y pasiva de los individuos, en diferentes niveles (como ya lo señalaba hace siglos Étienne de La Boétie). Es en esa participación en donde tiene lugar la posibilidad de la diferencia y de la disrupción.
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El plagio cotidiano, el que ocurre entre escritores, en las academias y en lugares afines, forma parte de esa misma lógica: como señalo en el texto anterior, tanto alumnos como profesores, escritores pequeños y grandes luminarias, lo hacen por igual. Quizá el malentendido pueda darse por llevar esto necesariamente al orden de las consideraciones morales, que por supuesto son importantes: el plagio en (casi) todas sus formas es inmoral, cuestionable, etc. Pero otra cosa es intentar llevarlo al orden del contexto en el que aparece: cuando eso se hace, como sucede con el análisis del crimen, con los hombres (y mujeres) golpeadores y violentos, etc., el caso individual aparece de otra manera, que, debemos enfatizar, no anula la anterior perspectiva. El punto principal de mi consideración sobre el plagio apunta a este segundo nivel.

Mucho menos creo que ese argumento sea una especie de defensa del plagio, como quizá algunos podrían interpretar, o de cerrazón ante los aspectos morales o éticos que implica, como lo señala el señor Salmerón Sanginés: en ninguna parte del texto aparece algo así, más bien al contrario. En la práctica, como docente y también como escritor, incluso en las relajadas redes sociales, sistemáticamente lo sanciono y lo evito.

Hace unos minutos me encontré con un texto muy lúcido sobre PODEMOS, en España. El autor, José Antonio Palao, haciendo una reflexión sobre la corrupción, esboza una idea semejante a lo que señalo sobre el plagio (no en vano, me parece, son fenómenos vecinos): «No es un problema de honestidad personal ni de transparencia, ni de regeneración moral. Es un problema sistémico de modelo de sociedad del que lo político es reflejo, de un modelo social de la economía, de una concepción empresarial que implica un mercado al servicio de la explotación y no un mercado al servicio de la gente. La corrupción es un síntoma, muy grave, pero sólo un síntoma». Pues lo mismo, sobre el fenómeno del plagio, argumentaba en el texto anterior. Su vecindad, así como la que ambos tienen con la violencia (hasta parece que forman una familia), al punto de casi poder hacerlos intercambiables en la argumentación, debería hacernos pensar más en estructuras que en individuos: finalmente, a una ideología como la del capitalismo tardío le va muy bien que sigamos encerrando al Mal en el fondo de las conciencias individuales.

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